viernes, 3 de diciembre de 2010

UN RECUERDO

–¿Cuál es su nombre?
–Sol… me llamo Sol.
–Dígame, ¿cuándo empezó a trabajar como prostituta?
–¡Ay, señor!... Yo no comencé a trabajar como prostituta: todavía no había nacido y ya mi destino era ser una puta.
»Los culeros de mis padres me vendieron el día que nací, fui cambiada por unos pesos. De ahí en adelante mi vida, si así se le puede llamar, empezó.
»Desde niña fui violada por mi padrastro; el cabrón no podía tener hijos, por eso me adoptó. Yo creo que sacó toda su rabia conmigo. Este culo guango y ancho se lo debo a ese pendejo, que no dejó de manosearme y metérmelo cuantas veces se le antojó. ¡No siento placer en coger!... ¡Sólo dolor!... ¡Asco!
»Mientras me violaba, el pendejo decía que era mejor olvidar, que todo sería más fácil obedeciéndolo. En especial tenía una frase que repetía una y otra vez: “¡Olvida que eres puta y cógeme!”.
»En la casa me trataba peor que criada. No fui a la escuela, no tenía amigos ni conocidos.
»Salía a veces a la tienda de la esquina o a la tortillería, sólo de ida y vuelta. Afuera, veía todo distinto, pensaba que en las calles sería libre, que dejaría de recibir madrazos y abusos.
»Fue a los diez años cuando escapé de esa chingadera para irme a otra chingadera peor. Estuve vagando por las calles, vivía de limosnas y de basura. Pasé cuatro años con otros niños que habían vivido historias similares. Me drogaba para quitarme el hambre y la tristeza.
»Con el tiempo el culo y las tetas se ensancharon y me puse buena.
»Un día estaba en la calle pidiendo dinero para comer cuando se acercó un hombre en un auto lujoso y me pidió que subiera. Yo me trepé: no tenía nada que perder. Me llevó a una casa grande de dos pisos, con muchos cuartos. Ahí supe lo que era un putero.
»Lo primero que hizo fue bañarme y tallarme fuerte todo el cuerpo para quitarme la mugre. No dejaba de mirarme y decirme que era muy chula. Me secó suavemente con una toalla, me cortó las uñas, me peinó, me pintó los labios y me perfumó.
»Recuerdo que abrió un armario lleno de vestidos muy bonitos, tomó uno y él mismo me vistió. Me preguntó cómo me llamaba, le dije que no tenía nombre, que en la calle me decían “Güera”, y él contestó: “Pues de ahora en adelante te llamarás Sol”.
»Me pidió que cerrara los ojos y me acercó a un espejo. Al abrirlos, por primera vez en mi vida me vi hermosa.
»Salimos del cuarto y fuimos a un salón grande y lujoso. Me hizo sentar en una mesa; me trajo de comer, y me dio de beber ron, ¡mucho ron! Esperó a que estuviera ebria para cogerme, ahí mismo, en la mesa.
»Y de ahí en adelante estuve de putero en putero.
»¿Pregunta que cómo fue mi vida de prostituta?... Pues como la de cualquier puta: besando culos, abriendo piernas, recibiendo madrazos, fingiendo orgasmos y, sobre todo, sintiéndome muy jodida, sin poder llorar.
–¿Por qué mató al viejo?
–¡Lo maté porque se lo merecía!
–¿Cómo es eso de que se lo merecía?
–Cuando el viejo se acercó a preguntarme cuánto cobraba, me dio mala espina, pero le dije que doscientos pesos, trescientos con todo y habitación, y que no se arrepentiría, que sabía hacer buenos trabajos.
»Él dijo: “doscientos. Vamos a mi casa, queda a cinco calles de aquí”. Le pedí que me pagara por adelantado: no confié en él.
»Al llegar a su casa, más bien una casucha con un solo cuarto, me hizo pasar. Estaba desordenada; sobre la mesa había restos de comida, cubiertos sucios, botellas de cerveza a medio terminar. Enfrente estaba la cama. Me fijé bien qué había alrededor pues, como le dije, me daba desconfianza.
»Me pidió que me quitara la ropa. Mientras lo hacía, él se bajó los pantalones y se agarró su pito viejo y asqueroso hasta que se le paró.
»Se acercó, me besó una teta mordiéndome el pezón. Me pidió que se la mamara y lo hice, al cabo que para eso trabajo. Después se acostó en la cama y me le monté. Yo comencé a fingir como lo hace toda puta, a decir pendejadas…, ¡esas palabras que tanto les gustan a los hombres! Usted sabe a qué me refiero.
»El muy cabrón no hablaba, nada más cerraba los ojos. Yo creo que ya se iba a venir, cuando de pronto el pendejo comenzó a gritarme una y otra vez: “Olvida que eres puta y cógeme”. Conforme más lo repetía, más recuerdos llegaban a mi mente… ¡Más odio! ¡Más asco!
»En un instante salté hasta la mesa, tomé un cuchillo y comencé a clavárselo en todo el cuerpo. Entre más sangre le brotaba, más libre me sentía. Cuando me di cuenta de lo que había hecho, ya estaba muerto. Tomé mis cosas y salí desnuda, manchada de sangre, con lágrimas escurriendo sobre mi rostro.
»Así fue como me atraparon y por eso estoy aquí encerrada.
»De todo lo que le conté de mi niñez y los abusos no me acordaba; el viejo me hizo revivirlos.
–¿Quién le dio derecho a quitarle la vida? ¿No le bastaba con denunciarlo?
–No, mi poli…, ese viejo me arrebató la vida hace mucho tiempo; él me dio el derecho de quitarle la suya… Tenía la obligación de hacerlo. Ahora soy libre, mi vida ya no le pertenece, soy dueña de mí misma de aquí en adelante. Si sigo siendo puta dentro o fuera de la cárcel es porque yo lo decido y no porque me lo impongan. Un recuerdo me ha dado esa libertad.
»Así que dígame… ¿Qué procede?