jueves, 9 de marzo de 2017

ENTRE MUROS

...decidió huir a un lugar en el que no vería nunca más esa grotesca sonrisa, ni escucharía el gélido aliento que le rebanaba el corazón, ni sentiría sus pasos hundiéndose en su cerebro. Al cerrar la puerta, un flash de imágenes regresó a su memoria y se preguntó cuántas migrañas y dolores en sus sueños le provocaron esas manos resbaladizas, húmedas y sucias tocándola debajo de su piel. Y es que a ella le parecía que sus vestidos, su ropa interior, sus zapatos, sus medias y hasta la sábana la protegían como una piel delgada y frágil, debajo, sólo había carne viva, carne que le lastimaba y que le ardía al menor contacto de él cuando la veía, cuando la tocaba... No podía ya soportarlo. Recordó cómo muchas veces, al estar sentada en la sala, el ruido de la llave introduciéndose en la cerradura del portón se le colaba hasta sus pulmones para casi asfixiarla; creía desfallecer, el corazón le explotaba. Irónicamente, entre más dolor corría por sus venas, más viva se sentía. Las lágrimas no le eran suficientes para llenar su cuarto y sumergirse en él, volver al principio, arroparse y flotar protegida de un porvenir. Andaba entre muros resbaladizos que no le permitían sostenerse, que parecían caerle encima y reducirla a escombros. No encontraba eco ahí cuando se recargaba y les gritaba y les susurraba y les imploraba que la abandonaran los fantasmas que la cubrían, erizándole las entrañas. De reojo miraba la luz de la luna que la ilusionaba. Observaba los cuadros mal colgados con las fotografías derritiéndose, mimetizándose con las manchas de las ventanas que estaban cerradas y que ya no le permitían ver; andaba a ciegas, utilizaba un bastón almidonado hecho de fotografías, hojas de libros y sonidos, todos encadenados y con tal fragilidad que poco a poco el cayado se desmoronaba como cubos de azúcar al rozar con el suelo. Cuando no lograba conciliar el sueño deambulaba en el pasillo, recorriendo una y otra vez la recámara y el comedor. Pensaba en la manera de huir sin esparcir pedazos de su piel por el camino. El despertador sonaba a la misma hora, pero no siempre se encontraba en el mismo lugar; antes de dormir lo escondía, lo dejaba fuera del alcance de su mano, en la cocina, en el baño y muchas veces dentro del árbol de navidad que nunca quiso desbaratar, ya que le recordaba los días de su alegre infancia… En el momento que el sonido de la alarma llegaba hasta sus oídos, unas veces lejos, otras veces cerca, le hacía sentir la fantasía de hallarse lejos de su tortura… Llovió todo el día, y sintió que toda la noche las estrellas le cayeron encima; con los ojos bien abiertos y con su ruido en silencio se dejó escapar escurriéndose del tiempo. No estaba él, ella no lo esperaría. Se sintió fragmentada y a pesar de quitarse un gran peso, se propuso recordar por siempre que el olvido puede cubrir como una espesa niebla lo mismo un sendero que su imagen reflejada en un frágil espejo. Huyó y se sintió libre, llevando consigo su piel que aún le ardía, con la angustia de no ver bien y sentirse sofocada por momentos… Y aunque no sabía dónde estaba, tenía la certeza de no estar ahí.