jueves, 27 de marzo de 2014

¿QUIÉN LO HIZO?

Pensé suicidarme, pero para eso, primero tengo que sentirme muerto. Miro pasar la noche por la ventana, las luces encendidas de la ciudad. Cuánta gente y qué situaciones diferentes estarán sucediendo. Los automóviles pasan sin cesar, con el ruido no puedo concentrarme; el calor es insoportable. ¿Cómo aflojarme el nudo de la corbata si horas antes coloqué estas malditas esposas en mis pies y manos? Tampoco tengo la suficiente fuerza para aventar la silla y acabar de una vez con todo. Entre el miedo y el valor existe este vacío que podría dejarme caer en las fauces de la muerte. ¡Pero qué pendejo soy! Si por lo menos hubiera abierto las ventanas o apagado la luz para que no me calara tanto el calor en la cabeza. ¿Cuánto tiempo llevo aquí colgado? ¿Cuatro horas quizá? No puedo terminar con esto, creo que va a amanecer y como siempre mi madre llegará a fastidiar y despertarme de un agradable sueño, ¡siempre con su estúpida letanía de niña idiota: “Anda, Iván, ya levántate, que se te hace tarde!”. ¿No podrá inventar otra cosa? No sé, ¡Levántate ya, hijo de la chingada! o ¡Pinche huevón, levántate!; pero siempre es lo mismo. El susto que se va a llevar cuando crea que me suicidé. ¡Ja, ja, mmm!... No puedo reír ni siquiera un poco. ¡Qué pinche suerte tengo! Cómo me lastima esta maldita soga; ya se me entumeció el cuerpo de tanto estar parado. Está amaneciendo. Se oye ruido en el cuarto de mis padres, ojalá se apuren para que me desaten. Ya abrieron su recámara, seguro que mi madre se dirige a bañar... Así es, no podía fallar, ahí está la regadera sonando, dejando caer el agua como si con eso lograra limpiar por completo su cuerpo. Por fin salió del baño y entró a su cuarto; que ruido hace con las puertas de su closet, ya estaría perturbando mis sueños. Ahí viene. Ojalá no se desmaye de la impresión, me gustaría verle la cara para poder reírme de ella; por desgracia mi espalda da a la puerta. Cuando entra, escucho un fuerte grito que me sorprende. –¡Iván! ¡Iván! ¡Hijo!... Se recarga en mis piernas y me jala hacia abajo. Siento cómo mis tendones se acalambran con la tensión; me está asfixiando y para acabarla de chingar no puedo hablar y ni siquiera chiflar. ¬¡Iván! ¡Iván! –no deja de llorar. Ojalá no se le ocurra mover la silla porque me muero. Su llanto sigue. ¿Por qué no para de gimotear y me mira a la cara?; así descubrirá que no he muerto; por lo menos le guiñaría un ojo o le haría un gesto extraño como los que ella está acostumbrada hacer. Siento miedo y no lo puedo evitar. Inmediatamente entra mi padre. No tardó ni diez segundos después del grito de mi madre y eso que él duerme como piedra. ¡Se ha de haber asustado mucho! –¡Levántate, ya pasó, ya pasó! ¡Quizá tenga horas ahí colgado! ¡Ya no llores! ¡Todo terminó! Siento cómo mi padre quiere retirar a mi madre del suelo. ¡Dios mío! ¿Por qué no se les ocurre mirarme a la cara? ¡Chingada madre, véanme! ¡Estoy vivo!, grito en mi interior, no pueden escucharme. Los jalones se hacen cada vez más fuertes, la silla se mueve cada vez más. ¡Dios mío!, ¡Dios mío!, que no la muevan más; si tan sólo pudiera hablar, si tan sólo... Ahí permaneció el cuerpo colgado, vacío y sucio, moviéndose de un lado a otro, con su secreto en el silencio. Los padres con lágrimas en los ojos salieron del cuarto y se preguntaron por qué sucedió esto. No se percataron que así como le dieron la vida en un momento también se la quitaron.

Los Betta Splendens. Trailer 2. Temporada 1. Obra de teatro basada en mi relato "Un recuerdo".